En esta ocasión, la reunión de alcohólicos anónimos tiene lugar a las seis. Se nos ha pedido que acudamos disfrazados de la bebida que más nos tienta, así que camino por las calles de Madrid envuelto en un plástico con forma de botella de whisky Dyc, sintiéndome como un gilipollas mientras la gente me mira, me señala y se ríe. No. No es carnaval. Tampoco es Halloween. Voy disfrazado de botella porque sí, porque Paco lidera nuestro grupo y, de vez en cuando, tiene estas ideas brillantes.
Llego al garaje del chalet donde, semana tras semana, quedamos para compartir nuestras muchas penas y bañarlas en fondues de queso o chocolate para no tener que hacerlo en el alcohol.
—¿Qué hay, Jorge?
Va disfrazado con un traje de botella de pacharán y tengo que ahogar una risa al verlo vestido de esa forma. Si es que lo sabía. Es un flojito. Siempre supe que nos mentía cuando decía que, en tiempos, podía beber hasta veinte vasos de vodka a palo seco sin caerse redondo.
—Esto está como muerto, tío —me dice, las mejillas encarnadas—. ¿Dónde están los demás?
Me encojo de hombros.
—Ni idea.
El resto de los miembros de nuestro grupo van llegando en un goteo lento pero constante. Laura vestida de botella de ron Cacique, Juan con un traje de cerveza Mahou y Sara de absenta. Paco aparece el último. Su disfraz es de botella de Gran Duque de Alba Oro. Por un momento me pregunto cómo puede alguien emborracharse a base de un brandy que se vende a más de cien euros la botella, pero no digo nada. A cada cual lo suyo.
—¿Y ahora qué? —pregunto.
Lo de disfrazarse está muy bien, pero no hacemos más que dar vueltas y más vueltas sin propósito por el garaje y estoy sudando como un cerdo dentro de mi traje de Dyc. Empiezo a marearme y la vista se me nubla y se llena de motitas negras. Me acerco a una de las sillas que tenemos dispuestas en círculo para las reuniones, pero con el traje es imposible sentarse.
—¿Estás bien, Óscar?
La pregunta llega a mí distorsionada, como si viniera de muy lejos.
Mi agobio se intensifica. No puedo estar sentado y no logro mantenerme en pie. Creo que estoy a punto de desmayarme.
Ya puedo ver los titulares en el periódico de mañana: “Hombre de cuarenta años y disfrazado de botella de Dyc muere de ataque al corazón en una reunión de alcohólicos anónimos”.
Me arranco el traje a manotazos, desgarrándolo hasta que no queda nada de él, mientras respiro el aire a bocanadas. Qué le den por saco al grupo, a los disfraces y a Paco. Sobre todo a Paco, a quien dirijo una última mirada antes de agarrar el pomo de la puerta.
—Me voy al bar de enfrente. Necesito una copa.