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sábado, 29 de febrero de 2020

9/52 relatos Escribe un relato que ocurra en la casa de tu infancia.


La casa



Allí habitaban los fantasmas. Habitaba también una manada de jirafas que, al cerrar las persianas del salón, atravesaba la casa en desordenada estampida. Juro que las vi muchas veces, cuando insomne y vestida con pijama de franela, me acercaba a espiarlas desde el largo pasillo.
Mis padres nunca las vieron. No vieron a las jirafas ni tampoco a los fantasmas. Pero los fantasmas eran parte de la casa lo mismo que lo eran ellos. Lo mismo que lo era yo. Lo mismo que lo eran las jirafas.
A veces los fantasmas susurraban, escondidos en las paredes o desde debajo de mi cama. Hablaban mucho, todo el tiempo, pero siempre en susurros para no despertarnos.
A mí, que no me extrañaba lo de las jirafas o lo de los fantasmas por estar acostumbrada a ellos, no me asustaban. Solo me preocupaba encontrar a unos seres pequeñitos que aparecían en el televisor cada tarde, en un programa de dibujos. El tema llegó a obsesionarme tanto que dejé de ir al colegio con tal de encontrarlos. En aquel programa insistían en que vivían con nosotros, en que se escondían en cualquier lugar: quizá en el ojo de una aguja, o tal vez en las gotas de agua que quedaban en el seno del fregadero tras cerrar el grifo, en las motas de polvo que cubrían el lomo de los libros o sobre las palabras apenas pronunciadas cuando atravesaban el aire.
Jamás los vi.
Creo que el día en que me rendí y dejé de buscarlos, empecé a parecerme a mis padres. Dejé de oír a los fantasmas y vi, por vez última, cómo el rebaño de jirafas se lanzaba a la carrera y abandonaba la casa.
Una semana después, nos mudamos.  

lunes, 24 de febrero de 2020

Soneto "Naufragio"

Escribí esto en verano. Era la primera vez que escribía un soneto y me costó muchísimo trabajo. No sé si el resultado es decente, pero allá va.


Naufragio



De tu vuelo azul sobre los raíles,
ave de paso, eterna golondrina
de tiempo que se enreda en los atriles
del olvido y la ausencia vespertina.

De la escama de sombra de candiles,
mariposa fugaz, larga zarina
de luto y de rocío en los veriles
del sueño y la caricia bailarina.

Del suave terremoto en la alborada
llevo mi corazón y alma descalzos
y el pecho revestido de tu anhelo.

De esta garganta apenas incendiada
traigo una tarde gris y un par de calzos
de restos del naufragio de tu hielo.

domingo, 23 de febrero de 2020

8/52 relatos Haz una historia en la que tu protagonista siga el arco emocional de Edipo

Este relato fue seleccionado como finalista en el último certamen de "El folio en blanco". No tengo muy claro si sigue el arco emocional de Edipo, pero aquí está. (Sí, he hecho un poco de trampas y no lo he escrito esta semana, pero es que ando hasta arriba).

El fumador exiliado


Lo cierto era que no esperaba que Elena me llamara aquella tarde. Sí, de acuerdo, me había hecho algunas ilusiones y fantaseaba despierto imaginando lo que le diría [y lo que ella me diría] si aquella llamada llegara a realizarse. Pero esperanzas como tal…. No. Me llamó a eso de las siete de la tarde y quedamos una hora después en una cafetería que linda con la catedral y desde donde hay unas vistas maravillosas del frontón – aunque últimamente es difícil ver nada con la cantidad de turistas que se apelotonan por los alrededores, por todas partes, como una plaga infecta de mosquitos.
Como decía, quedamos a las ocho. Nunca he sido demasiado presumido y mis conocimientos sobre moda se limitan a lo que veo en las tiendas de ropa de camino al trabajo y de vuelta a casa, así que me enfundé unos pantalones vaqueros gastados, que por lo visto son más molones porque son alternativos o algo parecido, me puse una camiseta azul y salí de casa. Eso sí, antes me rocié bien con el perfume más caro que tengo y me embadurné con un desodorante que aseguran que vuelve locas a las mujeres [lo cual está por ver, ya que hasta la fecha a mí no me ha funcionado].
Cuando abandoné mi casa serían las siete y media, minuto arriba, minuto abajo. Caminé despacio, pensando en todo lo que quería decirle a Elena, en cómo lo diría, en cómo la miraría mientras se lo decía. Repasé mentalmente cada una de las palabras, porque no quería dejarme nada en el tintero y arrepentirme después de haberme callado u olvidado algo importante. Llegué al punto de encuentro cuando todavía faltaba cuarto de hora para nuestra cita. La cafetería estaba ya bastante llena y la terraza, imposible, así que pedí una cerveza fresquita para aliñar la espera y unas aceitunas para acompañar y esperé junto a la puerta de entrada, apoyado en uno de esos barriles que siempre están rodeados por fumadores exiliados. Yo no fumo, aunque a veces me gustaría, porque hay ocasiones en que no sé qué hacer con las manos. No sé dejarlas quietas y, sin que me percate, hacen unos aspavientos de lo más extraño ellas solas, como si tuvieran vida propia. En cualquier caso, allí estaba yo, repitiéndome una y otra vez todo lo que tenía pensado decirle a Elena, cómo lo diría [y lo que me diría ella], cuando la divisé a lo lejos, con un vestido precioso de tirantes, igual que cuando tenía quince años y pensábamos que nos comeríamos el mundo. Había adelgazado un poco y sus caderas, antes rebosantes y hermosas, se veían algo insípidas en aquella nueva delgadez. Has llegado pronto, me dijo, y me estampó dos besos en las mejillas – no dos en cada una, se entiende, sino uno en cada lado de la cara, como es habitual – y después se quedó así, muy quieta, parada y sin mirarme, como si le hubiese invadido un miedo repentino o algo en mí [o en ella] le hubiese avergonzado. Ya sabes que me gusta la puntualidad, repuse con una voz muy digna, tratando de emular aquella que a Bogart le salía sin esfuerzo en las películas en blanco y negro con guión de Hammett o de Marlowe. Estás más delgada, precisé y aproveché la coyuntura para deslizar una mirada por su cuerpo. Ya... ¿Ya?, pensé. No supe dilucidar si ella había interpretado mi comentario como un piropo o un insulto, así que decidí que lo mejor era regresar al diálogo pautado en mi cabeza. Tenía muchas ganas de verte, comencé. Sólo dije esas cinco palabras y permanecí expectante, pero ella no hizo nada. No me miró. No contestó. Por todos los santos, ni siquiera se movió. Mi diálogo invisible había fracasado nada más ponerlo en marcha. Ella tenía que haber replicado algo como yo también, o qué bien estás o cuánto tiempo hacía que no nos encontrábamos y todo habría seguido a partir de ese punto, sin tropiezos. Y, sin embargo, allí estaba, en silencio, toda huesos y piel y sangre bombeando y nada. ¿No piensas hablarme? Puede que mis palabras sonaran más enfadadas que tentativas, y qué coño, lo cierto es que sí estaba algo enfadado con aquella actitud distante e indolente. Me marcho a Australia, susurró. Y, como si aquello no fuera suficiente, añadió [esta vez sí, mirándome a los ojos directamente, con aquellos ojos oscuros y profundos]: me llevo a los niños y por dios, cómprate unos vaqueros nuevos, que no tienes veinte años. Me tendió unos papeles perfectamente dispuestos en una carpetita azul con goma. Tienes que firmarlos.
Así que ya está, pensé. Me desinflé como un globo, solo que más rápido. Esto era todo. El encuentro, el gran sueño de recuperar a Elena, todos los preparativos, el desodorante que volvía locas a las mujeres y mi actitud interesante, todos frustrados por una carpeta azul con goma.
Sé que antes dije que no tenía esperanzas, no muchas al menos [quizá unas pocas].
Bien.
Mentía.
Cogí la dichosa carpetita y, de paso, sin quererlo, los papeles que encerraba, le di la espalda a Elena con un giro de caderas de película [ay, las caderas de Elena... qué idiota haber pensado que aquellas caderas de factura divina pudieran, algún día, ser insípidas], y pedí un cigarro al primer fumador exiliado que encontré. Después, me acodé sobre el barril y observé cómo el humo se anillaba en el aire y se desvanecía más tarde en pequeñas motas imperceptibles.
Lo reconozco. Estuve a punto de decir algo como siempre nos quedará París, o de todos los corazones del mundo, tuvo que romper el mío, o incluso algo más romántico del tipo nací cuando ella me besó, morí el día que me abandonó y viví el tiempo que me amó. A punto. De verdad.
Pero no lo hice. Ella ya se había marchado.
Además, seamos realistas, en estos tiempos que corren, Bogart no tendría ni de lejos el tirón de antes.
Y aquí estoy, acodado sobre un barril fumando un cigarrillo, mientras mis hijos y mi mujer [Elena, canalla, malvada... qué caderas] preparan su viaje a Australia. Aquí estoy buscando nuevos referentes de comportamiento [porque Bogart, creedme, no funciona] y probando la efectividad de una colonia que cuesta un riñón y de un desodorante que [esto es cierto, me lo han asegurado] vuelve locas a las mujeres.

viernes, 21 de febrero de 2020

 Reto 3/24 de #24ilustraciones
 un superhéroe original 

Una niña normal, que pasa sus vacaciones de verano con su familia en un pequeño olivar rural en Andalucía, descubre que tiene superpoderes después de comer una aceituna sobrefertilizada.
Como capa usa un fardo y entre sus armas se encuentran la vara de varear olivos.
Además, usa como protección una espuerta. Tiene el poder de crear y controlar ramas de olivo y de fabricar granadas con aceitunas, pero desafortunadamente, la mayoría de ellas se las come su perro salchicha.

martes, 18 de febrero de 2020

10 mini retos de ilustración

Lucy se aburre mucho. No basta que tenga 24 ilustraciones que hacer para lo que queda de año, más todo lo que tiene pendiente. Se aburre. Así que he pensado en 10 retos extra para que se desaburra un poco. Allá van (sin límite de fecha ni orden preestablecido).

1. Haz una ilustración steampunk.
2. Haz una ilustración que sea el póster de una película o serie de televisión.
3. Haz un retrato familiar.
4. Haz una ilustración de un monstruo inventado.
5. Haz una ilustración de un transporte que no exista.
6. Haz una ilustración con piratas.
7. Haz una ilustración en la que el personaje principal sea un robot o androide.
8. Haz una ilustración que recuerde a las antiguas películas de Disney.
9. Haz una ilustración de la época en la que te hubiera gustado nacer.
10. Haz una ilustración de un pueblo abandonado.

Pues... ¡Ánimo, y al toro!

domingo, 16 de febrero de 2020

7/52 relatos ¡La fantasía es la protagonista! Esta semana escribe un relato de este género

El otro mundo



El día en que a mi hermana le diagnosticaron leucemia, aquel armario empotrado se convirtió en mi refugio.
Allí dentro podía ser lo que yo quisiera. Podía transformar mi mundo en un cascarón de luz y esperanza en la que no irrumpiera el ruido. El interior de aquel armario se volvía en ocasiones nave espacial con la que viajar a lugares desconocidos y planetas inexplorados, con la que atravesar agujeros de gusano hechos de sombra y transgredir las leyes físicas del espacio y el tiempo para encontrarme con los seres que mi imaginación preñaba. Era también aquel armario, a veces, fuerte tras cuyas puertas oponer resistencia al enemigo y orquestar batallas imposibles. Era torreón de castillo medieval y faro en mar picado. Era bastión y tienda de campaña donde regalarse un sueño.
Afuera el universo gemía, se contraía de dolor, se oscurecía y agrietaba.
Dentro era la calma.
Aquel era mi mundo. El de dentro. El de fuera pertenecía a los otros y yo no tenía el valor suficiente para saber encararlo.
En aquella época mi consciencia registraba el pulso fatigado de los días como solo puede hacerlo la consciencia de un niño. Enfrentaba la realidad, que llegaba a mí fragmentada y deshilachada, con la fantasía. Cuando el ambiente se tornaba opresivo, yo huía a aquel armario y me encerraba en él. Nunca me he sentido más a salvo que entonces, parapetada en la seguridad de aquellas puertas correderas que, al cerrarse, se convertían en mi consuelo.
Ocurría a menudo.
Ocurría en las noches de lluvia que se contagiaban de las lágrimas de mi madre.
Ocurría en las mañanas grises que aullaban desesperanza.
Sin tregua, en días de diario, con salidas en coche a deshora hacia el hospital o en fines de semana o vacaciones.
Allí dentro era la paz.
Y, cuando mi hermana murió, dejé de estar en el mundo para habitar el otro, el de dentro, el que solo yo conocía.
Han pasado muchos años desde entonces. Desconozco cuántos. Supongo que soy lo suficientemente adulta como para trabajar, aunque no tanto como para tener canas o arrugas. No sé lo que aguarda afuera. Aquí tengo cuanto necesito. En ocasiones me tienta el recuerdo y la añoranza de mis padres, de aquello que perdí y me planteo volver. Cuando eso ocurre, un dragón que amenaza a alguna de las poblaciones de mi mundo, o una batalla espacial entre facciones en guerra, reclaman mi atención y olvido que, al otro lado de las puertas de madera de un armario, mi familia sigue esperando mi regreso.

viernes, 14 de febrero de 2020

Relatos seleccionados para la antología de colonización espacial

La espera ha sido larga pero ya tenemos la lista de los relatos seleccionados para formar parte de la antología de colonización espacial que...