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domingo, 16 de febrero de 2020

7/52 relatos ¡La fantasía es la protagonista! Esta semana escribe un relato de este género

El otro mundo



El día en que a mi hermana le diagnosticaron leucemia, aquel armario empotrado se convirtió en mi refugio.
Allí dentro podía ser lo que yo quisiera. Podía transformar mi mundo en un cascarón de luz y esperanza en la que no irrumpiera el ruido. El interior de aquel armario se volvía en ocasiones nave espacial con la que viajar a lugares desconocidos y planetas inexplorados, con la que atravesar agujeros de gusano hechos de sombra y transgredir las leyes físicas del espacio y el tiempo para encontrarme con los seres que mi imaginación preñaba. Era también aquel armario, a veces, fuerte tras cuyas puertas oponer resistencia al enemigo y orquestar batallas imposibles. Era torreón de castillo medieval y faro en mar picado. Era bastión y tienda de campaña donde regalarse un sueño.
Afuera el universo gemía, se contraía de dolor, se oscurecía y agrietaba.
Dentro era la calma.
Aquel era mi mundo. El de dentro. El de fuera pertenecía a los otros y yo no tenía el valor suficiente para saber encararlo.
En aquella época mi consciencia registraba el pulso fatigado de los días como solo puede hacerlo la consciencia de un niño. Enfrentaba la realidad, que llegaba a mí fragmentada y deshilachada, con la fantasía. Cuando el ambiente se tornaba opresivo, yo huía a aquel armario y me encerraba en él. Nunca me he sentido más a salvo que entonces, parapetada en la seguridad de aquellas puertas correderas que, al cerrarse, se convertían en mi consuelo.
Ocurría a menudo.
Ocurría en las noches de lluvia que se contagiaban de las lágrimas de mi madre.
Ocurría en las mañanas grises que aullaban desesperanza.
Sin tregua, en días de diario, con salidas en coche a deshora hacia el hospital o en fines de semana o vacaciones.
Allí dentro era la paz.
Y, cuando mi hermana murió, dejé de estar en el mundo para habitar el otro, el de dentro, el que solo yo conocía.
Han pasado muchos años desde entonces. Desconozco cuántos. Supongo que soy lo suficientemente adulta como para trabajar, aunque no tanto como para tener canas o arrugas. No sé lo que aguarda afuera. Aquí tengo cuanto necesito. En ocasiones me tienta el recuerdo y la añoranza de mis padres, de aquello que perdí y me planteo volver. Cuando eso ocurre, un dragón que amenaza a alguna de las poblaciones de mi mundo, o una batalla espacial entre facciones en guerra, reclaman mi atención y olvido que, al otro lado de las puertas de madera de un armario, mi familia sigue esperando mi regreso.

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