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domingo, 19 de enero de 2020

3/52 relatos La aracnofobia es un miedo muy común. Haz que tu protagonista la padezca


Aracnofobia



Desde mi casa hay unas vistas estupendas. Se ve el Manzanares y el hormigueo de personas que pasea por su ribera, entremezclándose con bicicletas, perros y patines mientras las gaviotas planean sobre el agua.
Vivo en un tercero con dos habitaciones y un baño. Me gusta recorrer sin prisa cada espacio de la casa y demorarme en el salón, que es mi lugar favorito.
O quizá debería decir que lo era.
Llevo varios días atrapada en un hueco menudo a donde apenas llegan los rayos del sol, desde donde me es imposible contemplar el Manzanares o a las gaviotas. Acurrucada sobre mí misma, hecha un ovillo.
Si hay algo en el mundo que me aterra son las arañas. Es pensar en ellas y me entran escalofríos. Esas patas largas y peludas, ese cuerpecillo redondo y oscuro, esas miradas siempre hambrientas. No puedo evitar quedarme paralizada cuando veo a alguna, a lo lejos, aproximarse hacia mí. Empieza con un temblor que se instala en el estómago y asciende hasta mi boca, sacudiendo mi cuerpo como un terremoto. El final es siempre el mismo: grito y grito hasta quedarme afónica y caigo inconsciente, desmayada.
Puede parecer exagerado. Al fin y al cabo, las arañas son seres, en su mayoría y, al menos en España, inofensivos. De acuerdo. Me sé la teoría a la perfección. Sé que no debería reaccionar como lo hago, pero la realidad es que soy incapaz de no temblar, de no gritar o no desmayarme. Ante la visión de una araña, mi cuerpo se vuelve autónomo y mi cerebro poco menos que inútil.
El caso es que hay una araña en mi casa. No sé dónde está ahora mismo, pero está. Escondida en algún lugar inaccesible. Aguardando pacientemente. Tejiendo una red en torno a su escondite y al acecho.
Al quinto día de espera me vence el hambre. Abandono mi refugio y camino despacio hacia la cocina en busca de algo que llevarme a la boca. Me muevo con cuidado, alerta, no sea que la araña note mi debilidad y ataque ahora que estoy tan desprovista de defensas.
Entonces la veo.
Desciende por la pared a ritmo de vértigo.
Yo estoy paralizada.
Siento el temblor, la náusea y el grito.
Se detiene frente a mí.
Y habla.
—No sabía que había más arañas por aquí —dice.
Yo grito. Grito, grito, grito.
Sí, soy una araña con aracnofobia. ¿Y qué? No fui yo quien eligió ser lo que soy. Menos aún este temor irracional a los de mi misma especie.
Veo un rumor de patas largas y peludas, un cuerpecillo oscuro y redondo y una mirada hambrienta antes de que un velo se instale ante mis ojos.
Y me desmayo.

sábado, 18 de enero de 2020

Reseña de Enciclopedia de la Tierra Temprana, de Isabel Greenberg




Siempre me han gustado las novelas gráficas y, cuando una amiga me habló de una autora llamada Isabel Greenberg y de que una de sus obras era una reinterpretación de Las mil y una noches (Las cien noches de Hero) con un giro bastante diferente, logró picar mi curiosidad de inmediato. Al poco tiempo trajo al instituto donde trabajo un cómic de la misma autora, este del que voy a hablar aquí y, cómo no, se lo tomé prestado.
Me enfrenté a esta novela gráfica sin expectativas porque lo desconocía todo sobre ella y no había leído crítica alguna, y he de decir que ha sido tremendamente grato encontrarme con esta pequeña joya.
La Enciclopedia de la Tierra Temprana es muchas cosas que iré analizando y desglosando poco a poco, pero es, sobre todo, una alabanza a la literatura oral, a la ficción tal y como se vivía en otros tiempos y tal y como nos llegó de nuestros antepasados y como nos la transmitieron nuestros abuelos y nuestros padres. Es, además, una cosmogonía muy particular que recoge una amalgama de cosmogonías, de historias bíblicas y pasajes de la literatura clásica. Y es, también, pues no podría ser de otro modo, una historia de amor.
La novela tiene una estructura inversa, dando comienzo por el final, cuando nuestro protagonista culmina su viaje iniciático en el polo sur y se encuentra con el amor de su vida. Ambos descubren, no sin sorpresa, que no pueden acercarse el uno al otro porque sus campos magnéticos se repelen. Contra todo pronóstico, se casan y, aunque no pueden tocarse, pasan las noches contándose historias para sentir al otro más cerca. Una de esas historias – que será, en el fondo, muchas historias – es la del protagonista, un chico que ha cruzado el mundo desde el polo norte para encontrarse a sí mismo.


La historia del protagonista podría ser la historia del Ulises de la Odisea. Hay en su relato, de hecho, un viaje, sirenas y cíclopes. Aunque su historia podría ser también la de Moisés, pues de modo similar a este, al chico lo encuentran tres hermanas abandonado en una canasta junto a un lago siendo bebé. O podría ser la del hijo vivo que el rey Salomón sentencia a ser dividido en dos partes para ser repartido entre las dos mujeres que lo reclaman como suyo, pues también a él lo dividen para que cada hermana tenga un niño. Su historia es todas las historias y su viaje son todos los viajes.
La genialidad de Greenberg es, quizá, el modo en que se acerca a la literatura clásica y a la biblia para luego desviarse de ella y reinterpretarla. Alguna de esas reinterpretaciones bíblicas, como la de la Torre de Babel o la del arca de Noé son, simplemente, brillantes, aunque también nos encontramos con la ballena de Jonás (aquí convertida en un dios parlanchín) o a unos Caín y Abel que, bajo los nombres de Dag y Hal, dan origen a las dos tribus más guerreras y enfrentadas de Britanitarka.
En definitiva, es una novela tan bien hilvanada, con un humor tan sutil e inteligente (personificado, sobre todo, en el dios pájaro y sus dos hijos), que merece y debe ser leída.
En cuanto a la ilustración, priman los negros y blancos con breves pinceladas de color que sirven para destacar elementos o momentos importantes de la obra: azul, dorado y rojo especialmente.
Una novela para leer, disfrutar, para jugar a descubrir referencias metaliterarias, para admirar la inteligencia y calidad de esta autora británica que, de seguro, promete y mucho.

miércoles, 15 de enero de 2020

2/52 Relatos Escribe un relato que ocurra el día de Reyes




El papel de los regalos

Estos quince días de atrás los he pasado envolviendo regalos. Han sido quince días de infierno. Quince días interminables de extender, alisar y plegar papeles de regalo. He de decir que al aceptar la oferta de trabajo no imaginé que esto sería así ni por asomo. Me vi a mí misma escogiendo el envoltorio perfecto para cada obsequio, tomándome mi tiempo en hacer los dobleces de rigor y poner los celos como dios manda, bien colocados y en su sitio. Con cariño, con mimo. En mi mente, yo era el Melchor, el Baltasar y el Gaspar de todas las personas del mundo. Haría feliz a los clientes que, en pago a mi buen hacer, me deleitarían con sonrisas y palabras amables.
Y un cuerno. Durante estos quince días de trabajo, solo he recibido insultos e imprecaciones. Que si el papel está arrugado, que mejor otro envoltorio, que el que he escogido es muy feo, que si parezco tonta poniendo tanto celo por todos lados como si se fuera a acabar el mundo, que si esto y que si lo otro. De sonrisas, nada, por supuesto. Y las palabras amables se les han debido atragantar a los clientes con las uvas de Nochevieja porque a mí no me han dedicado ni una. Ni una.
Así que hoy, seis de enero, me he levantado especialmente pronto, como cuando era niña. Estaba tan dormida que me he golpeado un pie con el baúl y he pretendido cruzar la puerta por el marco. Mi única meta era llegar hasta el salón de la casa, al árbol de Navidad bajo el que había amorosamente dispuestos un buen puñado de regalos para mis hijos y los hijos de mis hermanas y hermanos. Todos envueltos en preciosos papeles de regalo de todos los colores que se pueda imaginar. Todos ordenados y listos para ser abiertos.
Me he sentado frente al árbol y he roto el papel de todos los regalos con ira feroz. Sistemáticamente y sin descanso. Con las uñas, a mordiscos y, en medio de mi desesperación, hasta con un abrecartas, en una lucha frenética porque no quedara ni un solo envoltorio entero.
Los niños me han encontrado en mitad de una lluvia de confeti fabricado de papel de regalo, los juguetes, muñecas, juegos, libros y discos de música esparcidos por el suelo (alguno, tal vez, un poco maltratado por mis dientes, mis uñas y el abrecartas).
En mi defensa, solo repetiré que han sido quince días de infierno, de tortura lenta y angustiosa, de un sufrimiento atroz. Llámenlo enajenación, locura pasajera, trauma o lo que ustedes consideren. Pero no he sido más feliz en este tiempo que esta mañana, cuando destrozaba con placer salvaje el envoltorio de todos los regalos de Reyes.

Relatos seleccionados para la antología de colonización espacial

La espera ha sido larga pero ya tenemos la lista de los relatos seleccionados para formar parte de la antología de colonización espacial que...