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sábado, 18 de enero de 2020

Reseña de Enciclopedia de la Tierra Temprana, de Isabel Greenberg




Siempre me han gustado las novelas gráficas y, cuando una amiga me habló de una autora llamada Isabel Greenberg y de que una de sus obras era una reinterpretación de Las mil y una noches (Las cien noches de Hero) con un giro bastante diferente, logró picar mi curiosidad de inmediato. Al poco tiempo trajo al instituto donde trabajo un cómic de la misma autora, este del que voy a hablar aquí y, cómo no, se lo tomé prestado.
Me enfrenté a esta novela gráfica sin expectativas porque lo desconocía todo sobre ella y no había leído crítica alguna, y he de decir que ha sido tremendamente grato encontrarme con esta pequeña joya.
La Enciclopedia de la Tierra Temprana es muchas cosas que iré analizando y desglosando poco a poco, pero es, sobre todo, una alabanza a la literatura oral, a la ficción tal y como se vivía en otros tiempos y tal y como nos llegó de nuestros antepasados y como nos la transmitieron nuestros abuelos y nuestros padres. Es, además, una cosmogonía muy particular que recoge una amalgama de cosmogonías, de historias bíblicas y pasajes de la literatura clásica. Y es, también, pues no podría ser de otro modo, una historia de amor.
La novela tiene una estructura inversa, dando comienzo por el final, cuando nuestro protagonista culmina su viaje iniciático en el polo sur y se encuentra con el amor de su vida. Ambos descubren, no sin sorpresa, que no pueden acercarse el uno al otro porque sus campos magnéticos se repelen. Contra todo pronóstico, se casan y, aunque no pueden tocarse, pasan las noches contándose historias para sentir al otro más cerca. Una de esas historias – que será, en el fondo, muchas historias – es la del protagonista, un chico que ha cruzado el mundo desde el polo norte para encontrarse a sí mismo.


La historia del protagonista podría ser la historia del Ulises de la Odisea. Hay en su relato, de hecho, un viaje, sirenas y cíclopes. Aunque su historia podría ser también la de Moisés, pues de modo similar a este, al chico lo encuentran tres hermanas abandonado en una canasta junto a un lago siendo bebé. O podría ser la del hijo vivo que el rey Salomón sentencia a ser dividido en dos partes para ser repartido entre las dos mujeres que lo reclaman como suyo, pues también a él lo dividen para que cada hermana tenga un niño. Su historia es todas las historias y su viaje son todos los viajes.
La genialidad de Greenberg es, quizá, el modo en que se acerca a la literatura clásica y a la biblia para luego desviarse de ella y reinterpretarla. Alguna de esas reinterpretaciones bíblicas, como la de la Torre de Babel o la del arca de Noé son, simplemente, brillantes, aunque también nos encontramos con la ballena de Jonás (aquí convertida en un dios parlanchín) o a unos Caín y Abel que, bajo los nombres de Dag y Hal, dan origen a las dos tribus más guerreras y enfrentadas de Britanitarka.
En definitiva, es una novela tan bien hilvanada, con un humor tan sutil e inteligente (personificado, sobre todo, en el dios pájaro y sus dos hijos), que merece y debe ser leída.
En cuanto a la ilustración, priman los negros y blancos con breves pinceladas de color que sirven para destacar elementos o momentos importantes de la obra: azul, dorado y rojo especialmente.
Una novela para leer, disfrutar, para jugar a descubrir referencias metaliterarias, para admirar la inteligencia y calidad de esta autora británica que, de seguro, promete y mucho.

miércoles, 15 de enero de 2020

2/52 Relatos Escribe un relato que ocurra el día de Reyes




El papel de los regalos

Estos quince días de atrás los he pasado envolviendo regalos. Han sido quince días de infierno. Quince días interminables de extender, alisar y plegar papeles de regalo. He de decir que al aceptar la oferta de trabajo no imaginé que esto sería así ni por asomo. Me vi a mí misma escogiendo el envoltorio perfecto para cada obsequio, tomándome mi tiempo en hacer los dobleces de rigor y poner los celos como dios manda, bien colocados y en su sitio. Con cariño, con mimo. En mi mente, yo era el Melchor, el Baltasar y el Gaspar de todas las personas del mundo. Haría feliz a los clientes que, en pago a mi buen hacer, me deleitarían con sonrisas y palabras amables.
Y un cuerno. Durante estos quince días de trabajo, solo he recibido insultos e imprecaciones. Que si el papel está arrugado, que mejor otro envoltorio, que el que he escogido es muy feo, que si parezco tonta poniendo tanto celo por todos lados como si se fuera a acabar el mundo, que si esto y que si lo otro. De sonrisas, nada, por supuesto. Y las palabras amables se les han debido atragantar a los clientes con las uvas de Nochevieja porque a mí no me han dedicado ni una. Ni una.
Así que hoy, seis de enero, me he levantado especialmente pronto, como cuando era niña. Estaba tan dormida que me he golpeado un pie con el baúl y he pretendido cruzar la puerta por el marco. Mi única meta era llegar hasta el salón de la casa, al árbol de Navidad bajo el que había amorosamente dispuestos un buen puñado de regalos para mis hijos y los hijos de mis hermanas y hermanos. Todos envueltos en preciosos papeles de regalo de todos los colores que se pueda imaginar. Todos ordenados y listos para ser abiertos.
Me he sentado frente al árbol y he roto el papel de todos los regalos con ira feroz. Sistemáticamente y sin descanso. Con las uñas, a mordiscos y, en medio de mi desesperación, hasta con un abrecartas, en una lucha frenética porque no quedara ni un solo envoltorio entero.
Los niños me han encontrado en mitad de una lluvia de confeti fabricado de papel de regalo, los juguetes, muñecas, juegos, libros y discos de música esparcidos por el suelo (alguno, tal vez, un poco maltratado por mis dientes, mis uñas y el abrecartas).
En mi defensa, solo repetiré que han sido quince días de infierno, de tortura lenta y angustiosa, de un sufrimiento atroz. Llámenlo enajenación, locura pasajera, trauma o lo que ustedes consideren. Pero no he sido más feliz en este tiempo que esta mañana, cuando destrozaba con placer salvaje el envoltorio de todos los regalos de Reyes.

1/52 relatos Haz una historia sobre un baile multitudinario

En la página de Literup han preparado un reto de lo más interesante al que han dado por título  52 retos de escritura para 2020 (#52RetosLiterup). Se trata de escribir un relato durante cada semana del año, lo que da un total de 52 relatos con temas diversos. Lo cierto es que ya voy con retraso, pero intentaré ponerme al día y publicar los relatos de estas dos semanas lo antes posible. 

El primer relato tiene que cumplir la condición de que sea una historia sobre un baile multitudinario. 



Viernes de Carnaval

Había resultado un éxito. Congregados desde los cuatro puntos del globo, los convidados dejaban deslizar sus miradas ávidas por los suntuosos tapices entre grititos de admiración contenida. Se habían engalanado para la ocasión como lo exigían sus invitaciones y tuve que reconocer que sus disfraces habían logrado superar mis expectativas con creces.
—Excelente fiesta, señor Dieste —me susurró una tapada, guiñándome un ojo con estudiado descaro.
Fingí escandalizarme sin demasiado éxito. No era, sin duda, mi peculiar atractivo físico el responsable de haber logrado reunir en mi mansión a aquel circo dispar de personalidades influyentes, sino la incalculable fortuna que, desde hacía generaciones, ostentaba mi apellido.
—Acabo de ver su carruaje a la entrada, señora Almagro —repuse, sinceramente sorprendido por la excelente caracterización de Ángela, una de las mujeres más poderosas de la ciudad y del momento—. No ha escatimado en nada.
—Por supuesto que no. Su alquiler me ha costado un riñón, aunque he de decir que la ocasión lo merecía —susurró, tan cerca de mi oído que, por un instante, pude sentir el breve contacto de sus labios en mi piel—. Quizá pueda mostrárselo más tarde, ¿no le parece? Ya sabe, en detalle. Es una pieza única.
Simulé, una vez más, escandalizarme al escuchar sus palabras y, con una reverencia pretendidamente teatral, me desprendí de ella.
No resulta sencillo ser el anfitrión de una fiesta a la que han acudido más de un centenar de personas. Es necesario estar pendiente de cada detalle, improvisar solo lo justo y caminar de puntillas aparentando desenvoltura.
Es algo francamente agotador.
Crucé el amplio salón de fiestas esquivando tacones y caderas que se agitaban en dudosos contoneos al ritmo de sinfonías y valses de otra época. Me escabullí como pude de un par de espadachines que insistían en retarme en duelo a muerte y alcancé, no sé cómo, el hueco que se abría bajo la escalinata de mármol, donde pensé que tal vez podría resguardarme de las miradas y las conversaciones menudas durante unos minutos. Iluso de mí. El señor Bonnam se acercó hasta mi refugio sin contemplaciones y, tirando de uno de mis brazos con impaciencia, me arrastró hasta el centro del círculo apretado de gente que reía y bailaba, bebía y hablaba sin cesar, con un gorgoteo de frases vacías que no parecía tener fin.
—¿Qué hace escondiéndose en el hueco de la escalera, señor Dieste? —inquirió el señor Bonnam con toda la potencia de su grave vozarrón lo que, inevitablemente y para mi desgracia, atrajo la mirada de todos los presentes—. Como anfitrión está obligado a hacer los honores.
—¿Qué honores? —pregunté, observándolo con displicencia.
El rostro del señor Bonnan había adquirido tonalidades escarlata debido a la ingente cantidad de bebida que su buche despachaba inmisericorde a velocidad de vértigo. Arrugué la nariz. Su boca apestaba a alcohol. No había transcurrido ni media hora desde su llegada y ya estaba borracho. Para ser francos, he de decir que detesto la incapacidad de los hombres para refrenarse ante el alcohol casi tanto como su habilidad para el desorden.
—Ha de iniciar el baile, por supuesto —explicó el señor Bonnan, como si yo fuera idiota.
El hecho de que los invitados se encontraran ya bailando no parecía importarle lo más mínimo.
Me vi, de pronto, empujado hacia la turba, donde los rollizos brazos de la señora Perpiñán lograron alcanzarme y aferrarme contra sus enormes pechos con una agilidad asombrosa.
Por unos segundos pensé que mi plan había fracasado. Me asaltó una impotencia demoledora y sentí cómo la rabia se apoderaba de mí. Había tardado meses en diseñarlo. Casi un año de conversaciones urdidas con premeditado estudio, preparativos y un cuidadoso ejercicio de la diplomacia para que aquel día fuera perfecto.
Ahí estaban, en mi casa, agolpados como cerdos en un matadero, tal y como yo lo había dispuesto.
Por supuesto, bailé. Tenía que hacerlo. Después de todo era mi fiesta.
Al dar el reloj las campanadas de medianoche, me hice a un lado. Contemplé los rostros sudorosos, los escotes caídos y las camisas desabotonadas. Evalué las sonrisas lascivas, las risas huecas y las miradas codiciosas.
Desplegué mis larguísimos colmillos y, sin más dilación, comencé la carnicería.  


La fotografía está tomada de la película El baile de los vampiros, de Polanski

Relatos seleccionados para la antología de colonización espacial

La espera ha sido larga pero ya tenemos la lista de los relatos seleccionados para formar parte de la antología de colonización espacial que...